
Increíbles vistas desde el mirador situado en el Parque Nacional Lagunas de Montebello, México
Recorrer México es agotador. Lo es por sus dilatadas distancias y lo es porque entre tantos frijoles y comidas con chile, el estómago palidece con cada nueva excursión. La visita que os voy a relatar, el Parque Nacional Lagunas de Montebello, es de ésas que encandilan a primera vista. El punto de salida lo tuve en Tuxtla Gutiérrez, la capital del estado de Chiapas, que se encuentra a unos 200 kilómetros al sureste. Aquí no acabó mi cruzada, pues un día más tarde visitaría cascadas, ruinas y muchas más curiosidades. Los pormenores de ese relato vendrán otro día, hoy es el turno de las lagunas.
Al chófer del turismo lo conocimos en una posada de la ciudad, quien condujo todo el día hasta llevarnos a los lugares más interesantes de la zona. Ésta fue la primera parada, a la que se accede pagando una suma de dinero que no se puede precisar. Esto es México, y de nada sirve lo que diga la ley, tu carné de estudiante o tu propia madre. Chiapas está minada con ejidos y da igual cómo te pongas. Pagas o no pasas. Vuelves a pagar o no pasas.

Línea divisoria de Los Estados Unidos Mexicanos y Guatemala, Lagunas de Montebello
La belleza de la naturaleza conforme te adentras en la comarca acaricia tu lado más sensible, haciéndote bostezar una acaramelada poesía. Las Lagunas de Montebello, situadas entre los municipios de Independencia y La Trinitaria, fueron declaradas Parque Nacional el 16 de diciembre de 1959, su extensión alcanza las 6.022 hectáreas y están a unos 1.500 metros sobre el nivel del mar. Su objetivo era conservar la riqueza de la región. Puedo decir que lo han conseguido, aunque para ello utilizan al turista como moneda de cambio.
En el parque hay más de 50 lagunas en total, charcas de mayor o menor tamaño que coquetean entre sí con ríos subterráneos que ocultan, a su vez, cuevas enterradas. Lo primero que llama la atención cuando observamos sus aguas son sus diferentes tonalidades. Son colores que mutan su vitalidad según el ángulo del que miremos y, en un día soleado y sin viento, son capaces de enfundarse un vestido de color turquesa; como unas divas de carmín insolente.

Barcas de madera en el Parque Nacional Lagunas de Montebello, México
La primera parada nos llevará a un concurrido mirador que nos ofrecerá unas vistas que se adhieren a nuestros futuros recuerdos como cicatrices del pasado. La atalaya ofrece unas panorámicas de ensueño, y desde lo alto, navegando a la deriva en unas aguas en calma, naufragan unas enclenques barcas construidas a base de troncos de madera. Quién me diría a mí, a miles de kilómetros de mi tierra, que podría imaginarme con todo lujo de detalles la bajada de las almadías de Burgui.
La excursión es una tomadura de pelo. No puedes, no debes, enseñar un caramelo de sabor afrodisíaco, esperar a que quieran probar uno, y después esconderlo sin darles la oportunidad de metérselo a la boca. Yo, que venía de mi amada Nueva Zelanda donde podías campar a tus anchas y disfrutar de todos sus rincones, me encontré de golpe y porrazo con mil y una restricciones, como si fuera el primo-hermano de un ebook y llevara el DRM a cuestas. No puedes caminar por tu propio pie en ningún sitio, y cuando sí puedes hacerlo, el sendero está ornamentado con un pasillo de puestos ambulantes. ¿Eso es naturaleza? Psss, según a quién le preguntes.

Límite de los Estados Unidos Mexicanos con Guatemala
Un punto que sí merece la pena, no por ser el más hermoso sino por ser un lugar donde podremos dar más de 200 pasos en línea recta, es el límite de los Estados Unidos Mexicanos, esto es, la frontera natural entre México y Guatemala. Un monolito blanco señala la divisoria en tierra, mientras que a escasos palmos sobre las aguas, una hilera de esferas anaranjadas mantienen el equilibrio gracias a un cordón que las une. Así pues, situando las espuelas como un vaquero del lejano Oeste, podemos balancearnos en los dos países al mismo tiempo; una pierna en cada patria, como un corazón dividido entre dos aguas.
El país vecino, Guatemala, nos asalta con una columna de chiringuitos cargada hasta los topes con objetos hechos a mano. Los indígenas se han hecho fuertes allí, esperando, más con anhelo que con convencimiento, que el turista les sacará en volandas de su pobreza. Encontraremos mucho colorido en el ambiente, donde destaca, a mi juicio, una prenda artesanal ideal para esta temporada de invierno. Os hablo de unas botas para andar por casa que se calzan hasta la altura del tobillo, muy afectivos con las personas de pies fríos y pintados con la alegría de un arcoíris.

Unos botes nos aguardan para descubrir las Lagunas de Montebello
El último reclamo antes de marcharnos es un improvisado poblado que emana diversos olores. Está situado en un descampado entre dos pozas de agua, a cual más esbelta, con un cartel de prohibición anclado a un árbol que deja, bien a las claras, que México debería invertir más en educación y dejar de bailar el agua a los narcotraficantes.
La leña arde lentamente en los fogones, dando forma a unas tortillas y a unos frijoles que, esta vez sí, pueden mirar por encima del hombro a la comida enlatada. La materia prima es casera y la forma de realizar estos alimentos, también. Se nota, y el paladar lo disfruta mientras observa las ristras de ajos y chorizos colgados del techo, como péndulos de hielo que desaparecen con el babeo de nuestro apetito.

La comida no puede faltar en nuestra visita al Parque Nacional Lagunas de Montebello
Si bien la flora y fauna en el Parque Nacional Lagunas de Montebello es muy rica y variada, en nuestra visita nos daremos cuenta muy por encima de lo primero y no encontraremos ni rastro de lo segundo. No importa, podemos seguir valiéndonos de nuestra imaginación, que no es poco.
Más información | Wikipedia
Fotografías | Xabier Villanueva Amadoz
A vista de pájaro | Google Maps
En Viajeros Blog | Iglesia de Nuestra Señora de los Remedios de Cholula, México
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